Doña Gabriela se muere
Se la consideraba eterna como ese peñasco
que jalona el vado
Su jadeo agita las raídas sobrecamas
Un pabilo tembloroso ilumina el trance
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo Amén Creo en un solo Dios verdadero
Uno y Trino Amén
Sepan todos cuantos leyeren ésta mi última
voluntad que soy cristiana
hija y nieta de cristianos viejos
de abolengo sin mácula de enemigos de la religión
Juro no deber nada a nadie
y si alguno me debiere algo lo perdono
De mis bienes
El cerro de Las Piedras Blancas para su Santísima
Madre
La vertiente de El Monte Oscuro sea
de los animales silvestres como ha sido siempre
Los Mogotes de Casa Armada denlos
como límites el abismo Más allá la intemperie
Un tercio de mis posesiones para los necesitados
y el resto para los que me sirvieron en mi larga vida
y sus descendientes
Nombro como mi albacea al lucero del alba
Doña Gabriela
con los ojos muy abiertos
mira el pesado oro de un crucifijo
El aceite de la Extrema Unción
brilla en su frente de cera
El Lucero centellea en la escarcha de la madrugada
Leonardo Martinez (Catamarca, 1937)
En Escribanía
de vivos y muertos.
Ediciones del Dock. Buenos Aires, 2013.
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