18 de junio de 2014.
Por Leandro Calle
(Especial para HDC)
Las comparaciones siempre son odiosas (¿siempre son
odiosas?) pero algunas veces ayudan a situar ciertas circunstancias, hechos y
conceptos. En los años ´80 hubo un grupo de poetas que, si bien venían de
diferentes posicionamientos políticos, tenían todos una concepción de que la
poesía y la cultura no podían estar en andariveles paralelos con los
movimientos sociales y políticos del país. Me refiero al grupo poético Raíz y
Palabra que conformaron César “León” Vargas, Carlos Garro Aguilar, Susana
Arévalo, Eugenia Cabral y Hernán Jaeggi. También pasaron por esas reuniones
Néstor Merigo y Hugo Rivella. Junto con otro grupo que se llamó Sol Urbano,
constituyeron, por así decirlo, dos colectivos poéticos de importancia en la
década de los ´80. Colectivo que, como dijimos, no esquivaba ningún filamento
en la urdimbre de la cultura respecto de la participación política. Eran años
de florecimiento democrático.
Pasada la década de los ´90, aparece en Córdoba otro
colectivo de poetas que con cierta semejanza amalgama de una manera auténtica
(ni artificial ni panfletaria) la masa siempre fecunda que se crea entre
cultura y política. Me refiero al colectivo de poetas Pan Comido. El año pasado
cumplieron 15 años de vida y lo celebraron a lo grande. Una de las grandezas es
haberlo celebrado con la participación de otras voces poéticas. No quisieron
leer ellos, prefirieron estar de otro modo, estuvieron al servicio de la poesía
invitando a leer a otros poetas en homenaje de los 15 años del grupo. Así, por
ejemplo, muchos cordobeses pudimos asistir a una inolvidable lectura de Osvaldo
Guevara en el auditorio de Radio Nacional. El poeta, de ya más de 80 años,
arrancó aplausos acalorados de un público joven que probablemente jamás lo
había escuchado. A este colectivo de Pan Comido, pertenece, desde hace algunos
años, el poeta Alexis Comamala.
Al principio comenzaron reuniéndose, luego publicando
algunas plaquetas que daban cuenta del trabajo escriturario propio y, ya con
cierta madurez grupal y personal, Pan Comido comenzó a editar libros de poesía.
Algunas antologías del grupo como: “Belleza obliga” (2004); “Derrota no” (2005)
y “El día más parecido” (2008). Paralelamente a la edición de miembros del
grupo, Pan Comido apostó también por otros poetas que no pertenecían al colectivo.
Así, por ejemplo, Liliana Lukin (“Cortar por lo sano”), Leticia Ressia (“La
selva oscura”), Alejandro Schmidt (“La impropiedad”), Marcelo Dughetti
(“Sioux”), y ahora, junto con el de Comamala, “El animal no domesticado” de
Laura García del Castaño. Pan Comido
editó, de entre sus filas, a Juan Stahli (“Hablar lo suficiente, trabajar lo
necesario”), Ceferino Lisboa (“La vida que se conoce”), Fernando Bellino
(“Crías nuevas”), Fabricio Devalis (“Anatomía”).
Ahora le toca el turno a Alexis Comamala, con su libro “La
noticia es el diluvio”. 35 poemas que Comamala hilvana con el telón de fondo
del diluvio. En este caso, me atrevería a decir que es un diluvio original y
hasta personal. La mirada sobre el diluvio que es propio y ajeno al mismo
tiempo. El libro comienza con un poema por demás sugerente: “espera la tierra
la lluvia / sin saber que el diluvio / la dejará baldía”. No sabría yo decir si
hay aquí un pequeño homenaje a Eliot, pero ciertamente creo que es una buena
manera de empezar un libro de poemas. Todo está allí. Como si en esos primeros
tres versos del poeta Comamala, se concentraran potencialmente todas las
virtudes que el lector irá degustando en el libro. La espera, la sed y la
destrucción hasta la vaciedad. Porque los diluvios si bien destruyen, anuncian
una nueva generación, un nuevo rebrotar de la vida.
Común a todas las culturas, desde Gilgamesh y Noé, el
diluvio se lee como castigo, pero también ese aniquilamiento es predecesor de
un nuevo modo de vida. Tan común a todas las culturas, el diluvio, viene a ser
una imagen mitológica que, en su función etiológica, pretende explicar el
presente, las causas de la destrucción. Ir hacia atrás pero para entender el
hoy de las cosas. Los mitos guaraníes también hablaban del diluvio. Por eso
digo que no es tan necesario irnos hacia las regiones mesopotámicas o bíblicas.
En el “Ayvu Rapyta”, el libro sagrado de los cantos guaraníes que recopiló León
Cadogán, está el capítulo VI, en el que aparece el diluvio desde la primera
línea: “Los habitantes de la primera tierra / ya han alcanzado todos el estado
de indestructibilidad”.
¿Habremos nosotros alcanzado el estado de
indestructibilidad? ¿O, por el contrario, nos hallamos en camino hacia una
destrucción planetaria, como lo atestiguan algunos ambientalistas o películas
de culto, como “Melancolía”, de Lars Von Trier? “El universo acabó / solo
quedan cenizas / y es hora de que llueva / que lo ilimitado se apague”.
¿Quedaremos baldíos, como la tierra de inicio que dice Alexis Comamala? No se
trata de hablar, “no sé de lo que hablo”, para Alexis Comamala, se trata de
mirar: “escribir es mirar y estar muerto por horas”.
Creo que asistimos también a un diluvio interior. Un diluvio
que nos crece desde dentro. Un diluvio que hace crecer el miedo. El acabarse de
las cosas, el acabarse del mundo personal, la muerte. La muerte gradual de las
cosas: “entonces nos va entrando esa noche / donde todo es ajeno”. Creo que es
allí, en la intemperie de la noche diluvial, donde el poeta puede encontrase a
sí mismo. El diluvio, como noticia, nos devuelve la desnudez propia, nos
enfrenta con nuestra propia cara. La tierra baldía, el páramo nos devuelve a
nuestro propio sustento. No hay dónde sostenerse. Es necesario sostener la sed:
“necesito esta noche como anzuelo / salgo a la intemperie a buscarme / estoy
atado al último árbol en pie / la noticia es el diluvio / de cuajo el tronco
divaga / la nave es diminuta / frágil / tenue / leve / mis huesos”. Vale la
pena entrar en la poesía de Alexis Comamala. Sin artificialidades, sin énfasis
innecesarios, “La noticia es el diluvio”, posee un lenguaje claro, humilde y
bello como la noche anunciadora de las aguas que caen.
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