Marchamos porque queremos el viento
de la mañana en los ojos.
Marchamos porque la negra noche
nos llama desde muy atrás,
y no queremos ir
y no queremos hundirnos
en su negra piel.
Marchamos por piedad,
por desobediencia marchamos.
Marcha el hijo, marcha la madre,
todos marchamos.
Y en la soledad de una piel
y otra piel,
un hilo de luz nos conduce más lejos,
una falla del planeta
en la que nos volvemos a mirar
sin reconocernos.
Rafael Felipe Oteriño
En La colina. Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 1992.
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